“Si hubieras sido niña rodeada
por todas partes, ay, de soledad,
yo te habría buscado hasta encontrarnos,
hasta ponernos los dos a llorar”
Carlos Sahagún (1938 - 2015)
De “Canción de infancia”
por todas partes, ay, de soledad,
yo te habría buscado hasta encontrarnos,
hasta ponernos los dos a llorar”
Carlos Sahagún (1938 - 2015)
De “Canción de infancia”
Foto de Vitolda Klein en Unsplash |
En un principio, el trabajo me pareció muy sombrío. La casa de estos conocidos era una casa antigua, de techos altos y mobiliario que parecía tener siglos. Las ventanas muy cerradas porque molestaban a la abuela de la niña, que también estaba en la casa, siempre en silencio y con una expresión apagada, como si viviera sumergida en sus tristezas.
No estuve allí muchos días, pero la niña no tardó en abrirse a mí. Jugar fue la llave que me permitió franquear la puerta de su corazón, y ganarme su confianza. Jugábamos en el suelo, su territorio. Su juego preferido era imaginar. Le encantaba sumergirse en cuentos o escenarios que ella misma creaba. Y yo me reía a menudo. Y ella se reía, muchas veces al verme a mí, sin comprender…
Creo que fue el segundo día cuando, al verme en la puerta preparado para salir, se echó a mis piernas, y se abrazó a ellas. Su padre la cogió en brazos, pero no debía estar muy convencida porque echaba su cuerpecito hacia mí, con los brazos extendidos.
A partir del tercer día, de la única semana que estuve cuidándola, la niña se echaba a mis brazos en cuanto escuchaba la puerta de la casa. Me agarraba muy fuerte mientras apoyaba su cabeza contra mi pecho. Era muy difícil separarla de mí. Y cuando su padre lo conseguía (pues me rompía el corazón hacerlo yo mismo), iba corriendo a coger su muñeco. Sin reparar en otras motivaciones, yo me sentía muy halagado con tanto cariño.
Pero entonces no comprendía… Y ahora me duele pensar en mi torpeza de entonces, aun siendo aún un inexperto adolescente. Ahora me explico muchas cosas…
A mi niña, ¡mi preciosa y adorable niña!, le encantaba jugar en el suelo porque allí era donde ella y yo nos convertíamos en iguales, donde yo me convertía en un niño como ella. Un niño grande, pero un niño con quien compartir su necesidad de compañía, su necesidad de amor y su necesidad de jugar.
Y jugaba a imaginar por la sencilla razón de que no le gustaba la realidad. La realidad era ese territorio del que quería huir sin cesar. Algo le empujaba a actuar así, y me duele imaginar ahora la razón de su comportamiento.
Y aquel muñeco al que se aferraba mi niña, no era sino su compañero de soledad, al que también daba vida cuando no tenía nadie con quien jugar, y nadie a quien abrazarse. Era el apoyo al que se agarraba con energía para no derrumbarse, y era su manera de decir que necesitaba ser fuertemente abrazada y tiernamente amada. Solo después de muchos años he comprendido por qué, además de abrazarme, lloraba. No era solo de afecto, como yo creía. Era porque se volvía a queda sola.
Mi querida niña del alma, solo ahora he comprendido tu tristeza y tu necesidad. Y me pregunto cuántos niños pasan por una situación similar… y cuántos adultos caemos en la torpeza de no comprenderlo a tiempo... O de no comprenderlo jamás. Y actuar consecuentemente, por supuesto.
[Dado que mi narración está basada en sucesos reales, he cambiado alguno de los hechos vividos sin cambiar la esencia de esta experiencia. Además, he omitido el trágico final de la niña, cuando ya era una mujer]
Emilio Muñoz
Un ángel dormido...
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