“Sí, tu niñez ya fábula de fuentes.
Alma extraña de mi hueco de venas,
te he de buscar pequeña y sin raíces,
¡Amor de siempre, amor, amor de nunca!
¡Oh, sí! Yo quiero. ¡Amor, amor! Dejadme.
No me tapen la boca los que buscan
espigas de Saturno por la nieve
o castran animales por un cielo,
clínica y selva de la anatomía.
Amor, amor, amor. Niñez del mar.
Tu alma tibia sin ti que no te entiende.
Amor, amor, un vuelo de la corza
por el pecho sin fin de la blancura.
Y tu niñez, amor, y tu niñez.”
Federico García Lorca (1898 – 1936). España
De “Poema de la soledad”
Alma extraña de mi hueco de venas,
te he de buscar pequeña y sin raíces,
¡Amor de siempre, amor, amor de nunca!
¡Oh, sí! Yo quiero. ¡Amor, amor! Dejadme.
No me tapen la boca los que buscan
espigas de Saturno por la nieve
o castran animales por un cielo,
clínica y selva de la anatomía.
Amor, amor, amor. Niñez del mar.
Tu alma tibia sin ti que no te entiende.
Amor, amor, un vuelo de la corza
por el pecho sin fin de la blancura.
Y tu niñez, amor, y tu niñez.”
Federico García Lorca (1898 – 1936). España
De “Poema de la soledad”
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Foto de Rod Long en Unsplash |
1. ¿Qué es eso de “regresar al futuro”?
¿Por qué la niñez es un regreso? Porque nunca deberíamos haber abandonado el sano, ilusionante y benefactor espíritu de la niñez. Abandono que considero que se transforma en una gran pérdida. Es curioso observar cómo ese regreso al espíritu de la niñez (un intento en el que me veo yo mismo voluntariamente involucrado desde hace meses) raramente se hace de forma consciente y voluntaria, pero sí termina por realizarse de forma inconsciente e involuntaria. Me explicaré…
2. Las dos inteligencias.
Desde hace un tiempo vengo defendiendo que el niño llega a este mundo emocionalmente preparado. Es decir, su inteligencia emocional, aun siendo simple, es plenamente efectiva para lo que es su inteligencia cognitiva (coeficiente intelectual, por usar un término más común), que está aún por desplegar.
Con el tiempo, su inteligencia cognitiva se va desarrollando, aunque yo pongo muchas reservas a la capacidad de generar felicidad de ese proceso, tanto para el propio ser pensante como para los demás. Aspecto este que podemos comprobar a poco que miremos honestamente la evolución de la humanidad, tan impregnada de violencia y de traumas.
3. Aparece en escena una tercera inteligencia.
Esa dificultad para vivir felices se debe, en mi opinión, a la negativa aportación de lo que yo llamaré “la inteligencia social”, compuesta por los rasgos de la mentalidad, la cultura, los valores, los prejuicios, etc, que dominan las relaciones humanas en la sociedad, y que se transmiten, con mayor o menor número de variaciones, de una generación a la siguiente. Se trata, por tanto, de una inteligencia colectiva.
La inteligencia social suele dominar, normalmente de forma aplastante, la evolución y experiencia del ser humano, pues condiciona de forma definitiva la inteligencia cognitiva y la inteligencia emocional de los individuos. Por supuesto, esa conexión predeterminada entre inteligencias no cubre todos los casos. Se construyen excepciones, de una forma especial entre las personas de una alta sensibilidad, en quienes la emocionalidad no ha dejado de tener un papel relevante.
4. La fuerza del destino y el fin del engaño.
Sin embargo, por mucha importancia que tenga en una persona la inteligencia social y su inteligencia cognitiva, su reinado tiene un final anunciado cuando el funcionamiento de nuestra mente se va deteriorando al llegar a la vejez. Ante este retroceso, en los años finales de nuestra vida, la inteligencia emocional vuelve a recuperar su inicial protagonismo. El ser humano regresa a la autenticidad y sencillez de sus emociones y sentimientos, más básicos y nobles. Vuelve a necesitar ser protegido, a su natural afabilidad, o a sus quejas cuando se siente especialmente vulnerable. En estos casos, solemos decir que los ancianos se comportan como niños. Y supongo que no hace falta decir que, si no hay accidentes previos, todos pasamos por esa etapa en la vida.
5. Regreso al futuro: despertar al ángel dormido y recuperar nuestra esencia humana.
La niñez siempre nos ha estado esperando desde que erróneamente lo abandonamos. En realidad, como ocurre con los mamíferos superiores, nunca deberíamos abandonar la emocionalidad ligada a la infancia, y su enorme capacidad para construir una vida sana, unas relaciones interpersonales gozosas y unas sociedades que impulsen nuestro bienestar a todos los niveles. Se podría decir que es la clave para un mundo mejor y más sostenible. Así lo creo yo.
Sin embargo nuestra estupidez termina por asociar nuestra madurez a nuestro egoísmo, a nuestra competitividad, a nuestra supremacía, a nuestra capacidad de consumo, a nuestro atesoramiento de bienes materiales… Y mientras tanto, ese egoísmo nos aísla, nos aboca a la soledad, nos llena de experiencias aparentemente tristes pero, en realidad, frustrantes y dolorosas.
Una vez abandonada esa senda, el regreso al espíritu de la niñez se convierte en condición imprescindible para recuperar nuestra más esencial personalidad, nuestros verdaderos sueños, nuestro auténtico ser, nuestra bella y luminosa vida…
Emilio Muñoz
Un ángel dormido...¿Por qué la niñez es un regreso? Porque nunca deberíamos haber abandonado el sano, ilusionante y benefactor espíritu de la niñez. Abandono que considero que se transforma en una gran pérdida. Es curioso observar cómo ese regreso al espíritu de la niñez (un intento en el que me veo yo mismo voluntariamente involucrado desde hace meses) raramente se hace de forma consciente y voluntaria, pero sí termina por realizarse de forma inconsciente e involuntaria. Me explicaré…
2. Las dos inteligencias.
Desde hace un tiempo vengo defendiendo que el niño llega a este mundo emocionalmente preparado. Es decir, su inteligencia emocional, aun siendo simple, es plenamente efectiva para lo que es su inteligencia cognitiva (coeficiente intelectual, por usar un término más común), que está aún por desplegar.
Con el tiempo, su inteligencia cognitiva se va desarrollando, aunque yo pongo muchas reservas a la capacidad de generar felicidad de ese proceso, tanto para el propio ser pensante como para los demás. Aspecto este que podemos comprobar a poco que miremos honestamente la evolución de la humanidad, tan impregnada de violencia y de traumas.
3. Aparece en escena una tercera inteligencia.
Esa dificultad para vivir felices se debe, en mi opinión, a la negativa aportación de lo que yo llamaré “la inteligencia social”, compuesta por los rasgos de la mentalidad, la cultura, los valores, los prejuicios, etc, que dominan las relaciones humanas en la sociedad, y que se transmiten, con mayor o menor número de variaciones, de una generación a la siguiente. Se trata, por tanto, de una inteligencia colectiva.
La inteligencia social suele dominar, normalmente de forma aplastante, la evolución y experiencia del ser humano, pues condiciona de forma definitiva la inteligencia cognitiva y la inteligencia emocional de los individuos. Por supuesto, esa conexión predeterminada entre inteligencias no cubre todos los casos. Se construyen excepciones, de una forma especial entre las personas de una alta sensibilidad, en quienes la emocionalidad no ha dejado de tener un papel relevante.
4. La fuerza del destino y el fin del engaño.
Sin embargo, por mucha importancia que tenga en una persona la inteligencia social y su inteligencia cognitiva, su reinado tiene un final anunciado cuando el funcionamiento de nuestra mente se va deteriorando al llegar a la vejez. Ante este retroceso, en los años finales de nuestra vida, la inteligencia emocional vuelve a recuperar su inicial protagonismo. El ser humano regresa a la autenticidad y sencillez de sus emociones y sentimientos, más básicos y nobles. Vuelve a necesitar ser protegido, a su natural afabilidad, o a sus quejas cuando se siente especialmente vulnerable. En estos casos, solemos decir que los ancianos se comportan como niños. Y supongo que no hace falta decir que, si no hay accidentes previos, todos pasamos por esa etapa en la vida.
5. Regreso al futuro: despertar al ángel dormido y recuperar nuestra esencia humana.
La niñez siempre nos ha estado esperando desde que erróneamente lo abandonamos. En realidad, como ocurre con los mamíferos superiores, nunca deberíamos abandonar la emocionalidad ligada a la infancia, y su enorme capacidad para construir una vida sana, unas relaciones interpersonales gozosas y unas sociedades que impulsen nuestro bienestar a todos los niveles. Se podría decir que es la clave para un mundo mejor y más sostenible. Así lo creo yo.
Sin embargo nuestra estupidez termina por asociar nuestra madurez a nuestro egoísmo, a nuestra competitividad, a nuestra supremacía, a nuestra capacidad de consumo, a nuestro atesoramiento de bienes materiales… Y mientras tanto, ese egoísmo nos aísla, nos aboca a la soledad, nos llena de experiencias aparentemente tristes pero, en realidad, frustrantes y dolorosas.
Una vez abandonada esa senda, el regreso al espíritu de la niñez se convierte en condición imprescindible para recuperar nuestra más esencial personalidad, nuestros verdaderos sueños, nuestro auténtico ser, nuestra bella y luminosa vida…
Emilio Muñoz
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(por Simeon Walker)